Hay en lima partes de mi cuerpo, debajo de aquel escenario de tablas se a quedado mi espalda, se a quedado la forma de mis omóplatos, sobre el pasto mojado de aquel invierno del 98 en la Molina, hay en esas calles, respiros de mis suspiros que aun están flotando, entre las hormigas y esa escalera en la rotonda que ocultaba nuestros juegos. Pasando la avenida, estaba esa universidad enorme y verde, donde las vacas se confundían entre la hierba y la hierba era consumida por ellas, fumados por los alumnos.
Y me lanzaba sobre ella
Los guardianes de la noche no eran tontos, les excitaba mirar.
Hay en todos aquellos parques, partes de mi cuerpo. Aquella mano sobre su jeans en Santa patricia y mis dedos fríos escribiendo con las yemas sobre sus rodillas debajo de la tela verde, del tirante.
En santa felicia y la borrachera en su casa a solas
Las casas vecinas eran enormes y la soledad detrás de aquellas paredes lo era también.
Hay en lima partes de mi cuerpo, detrás de la casa en los portales esta aquel edificio verde sin ventanas, ahí quedo mi primer amor incompleto, ahí quedo aquellas cejas pobladas que después cualquiera podía tocar, menos yo.
En aquella señorita con nombre de cantante (ella me llevaba en bicicleta y después de media hora me hacia llorar)
Esas calles cuadradas, las plantas amarillas de su casa me espantaron y un día no volví, no volvió, nadie después lloro, antes de seis esquinas estaba el río, y a cuatro, la vía del tren, hay en esas calles partes de mi cuerpo, que aun sigue esperando oír pasar el tren nuevamente.
Aun no se si es santa anita o vitarte, o si es la frontera, la trinchera. Una calle que separaba a la otra nos separo a los dos y nadie lloro
Hay en lima partes de mi cuerpo, dos dedos de cada mano, tres pasos y medio de mis pasos, cinco palabras y dos suspiros con nombre propio, mi iris achicharrado, mi cuello remarcado y mis rodillas soportando otras rodillas, hay partes de mi cuerpo que aun no regresan, algunas las tienen para recordar que me odian, otras para recordase a diario que son odiadas también. (Hay personas)
En esa calle enorme que enrumbaba a un cielo de arena y piedritas
De ahí se podía ver el mar y sus orillas toxicas, su manto azul detrás de la espuma y las olas, de su techo se podía ver cuando las gaviotas se ponían a llorar; Entre chorrillos y barranco quedo mi sudor que aun no se evapora, jugando entre las líneas de la vereda del malecón salado.
Y en aquellas hermanas
Ellas decidieron seguir siendo hermanas a pesar de haber compartido sin saberlo la parte más enferma de mi cuerpo
Su casa era de espinas, de ladrillos unidos sin cemento, en aquel asentamiento antihumano, los pasos oscuros, en silencio que debía dar, para que no me ladren los perros, para que no me vea su papa, le gustaba que lleve la guitarra azul, cantar juntos y después usar la guitarra como una cama encerada usando las cuerdas como sabanas, una para cada sentido que perdíamos con los segundos y la sexta para aquel sentido que creábamos cuándo estábamos tan enredados pero jamás desafinados.
Y hacíamos una canción con nuestros cuerpos, un poema cantado en un idioma que solo nosotros podíamos comprender, entonar y cantar.
En aquella niña que me dedico aquella canción de los rolling stone, En tinta azul sus palabras ocultas en aquel cassette
En esa calle de los olivos que nunca supe entender el nombre
En aquella loca de cabello mal pintado que me buscaba en las mañanas para que la lleve a desayunar un café y un pan.
En la enfermera de la villareal
Ella me invitaba un trago, y nos extraviábamos entre las calles curvas del agustino y recuperábamos el rumbo en san Juan, volviéndonos a perder, en el boulevard, entre el gran chimu cómplice de sus malas calificaciones y culpable de su profesionalismo mediocre, ahí aun hay partes de mi cuerpo que están siendo curadas, atendidas, maltratando las partes enfermas y sin salvación.
¿Enfermera?
Hay en lima partes de mi cuerpo, entre la fuente ridículamente romántica y aquel gigantesco, atrevido y dictador monumento blanco de Jesús en chosica, esa profesora, me enseñaba que no todo lo que se aprende se tiene que practicar, era una diosa para sus alumnos, era una endemoniada de senos pequeños para mi.
Solo se que lloraba demasiado después de cada juego, y huí.
Aun se oyen nuestros silbidos por toda la avenida Canadá y se detienen en el trébol de 7 hojas y retorna nuevamente.
Hay partes de mis hombros en todo el jirón quilca, entre la avenida Wilson y las partes más triste de la avenida Tacna, hay huellas de mis hombros sobre las casonas y las iglesias que siempre odie.
En aquella morena de piel blanca de ojos enormes que en la puerta de su casa le robe un beso, en esa quinta en breña donde el cemento y la madrugada entumecían nuestros traseros, llevábamos zapatillas iguales.
Fue curioso que nunca supiera su nombre, solo la forma curiosa con que la solían llamar.
Hay partes de mis gritos y sus decibeles esmerándose por no morir que viajan aun, entrando de bar en bar, en toda la avenida Grau en barranco detrás de las guitarras blancas de la avenida larco, donde aquel helado casi me llevo a la quiebra; mis manos detrás de sus manos debajo de su ombligo en el estacionamiento subterráneo en larcomar, no importaba las cámaras. La tecnología no era implacablemente cruel en esos tiempos.
Eh dejado tres dedos de mis pies frente a los pantanos de villa, cuando caí creyéndome un albatros adolescente, un sapo sin doncella para besar. Ahí mis labios aun esperan.
Abiertos en el día y cerrados por la noche.
Hay en tantos cuerpos, partes de mi cuerpo que aman odiarlo, que odian tenerlo y lo conservan así, mis dedos entre tantos dedos, mis palabras en tantos oídos, mis traiciones, mis mentiras y mi forma de huir.
En ella, la de los ojos de color caoba
Eh olvidado tanto, eh recordado tan poco, a ella no la nombro, por que no es pasado, porque yo aun la quiero y ella todavía me quiere un poco.